Prof. María Isbelia A. de Alfonzo

AL ROSICLER DE LA AURORA

En Opinión  por

El gallo trompeta de la mañana hace despertar al Dios del día con la alta y aguda voz de su garganta sonora, así definió Shakespeare en hermosa página el amanecer con la salida de Alfa Centauro en una mañana rosada que enamora.

¡Ah! Amanecer sabatino con sus nubes vaporosas, nubes de gasa nívea, nubes de velos etéreos, angélico bisbiseo de la brisa que acaricia, matutinada risueña de fantasías hermosas sugerente sin igual, que parece eternizar mi inspiración matinal.

Y al trasluz del denso cortinaje rosa un silencioso rayo de sol se filtra por mi ventana y sutilmente se posa de manera furtiva entre mis sábanas, al contemplar, despierto precisando que ya desde el cenit el rey astral nos envuelve en su manto tibio entre frágiles azules, cinabrio mañanero, alcé mis brazos al cielo para tocar la luz del alba, vestida de esperanzas nuevas que por sentir se siente hasta en el alma al impregnarme el tibio aliento de los dioses, ser o no ser de la existencia efímera, recorriendo el sentir en la brevedad de la vida.

En este instante expresiones insinuantes afloran en el ánimo conturbado, abrumada por el paso del alba y me pregunto entre la soledad cabizbaja: -¿Cuántas veces se precisa soltar el pensamiento, desplegar sus alas al viento en vuelo libre y trascender fronteras?

Si tuviera alas para volar me colocaría en desafío del destino sin que nadie se oponga a mi vuelo divino…  – ¡Ay! El destino, si es que este pudiera existir, ¿Y no te das cuenta que es el pensamiento quien alcanza altura traduciendo imágenes doradas que forja la fantasía?   Y con cuánta facilidad se eleva a confines desconocidos llenando esos espacios de glamorosa algarabía, aquellos días pretéritos que empalidecen a la memoria infiel, veo desfilar en la recua la esperanza risueña de los niños candorosos, ingenuos personajillos con carcajadas bulliciosas, con rostro de serafín, con tímida jocoseria, con sonrisas maliciosas, con un toque picaresco propio de aquel lazarillo que entre Tormes caminaba buscando el pan de la vida, prototipo de Angelitos Negros, huellas que llevo en el alma del cantor que todos sueñan, me refiero a Andrés Eloy, Andrés Eloy el Poeta.

A propósito de este Poema que enaltece nuestras raíces también quisiera decir al unísono del poeta que al matizar sus versos encantados los acariciaba con terneza: ¿A dónde van? Angelitos de mi pueblo, zamuritos de Guaribe, torditos de Barlovento…    De tan sentidos y hermosos versos se vale Andrés Eloy Blanco para erradicar la discriminación racial, pudiendo cuestionar de tal manera los grandes lienzos de insignes pintores que tan solo en su policromía de acuarela despliegan alas al cielo solo Angelitos rubios, dejando de lado los Angelitos morenos.

En este día tan fugaz como una hermosa nube, las mismas que cruzan el cielo de marzo trayendo con rapidez el moribundo crepúsculo, vemos llegar la noche con un adiós a la luz y el soberbio cielo luce la brillantez de su ropaje nocturno profusamente salpicado de estrellas fulgurantes, divinas luces del misterio, sonata de las sombras… Con la curiosidad que me embarga me pregunto tantas cosas: ¿Será tu brillo fulgor de eternidad? Lenguas de fuego de luces vespertinas, penumbras de la noche, del inmenso horizonte que convida a contemplar el fuego eterno de Vesta, sumergida.

Cuántos sueños desaparecieron en la niebla que precede al alba, con sus rostros, con sus sombras, con sus luces, grandes y pequeñas, con las alegrías y pesares…

Zafada del ansia efímera vuelve un nuevo amanecer, dejando sedimentos en el alma…

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