
Conversión ecológica
En Opinión junio 26, 2015 porEl pasado 18 de junio fue presentada en Roma la última encíclica del Papa Francisco. “Laudato si” trata sobre el respeto y cuidado que debemos a la Tierra que habitamos. Las reacciones tan dispares indican que el Papa, abandonando la comodidad de lo políticamente correcto una vez más, dio en el blanco tocando una de las llagas de nuestra cultura actual. El fracaso de las últimas Cumbres mundiales sobre el medio ambiente deja al descubierto que el cuidado del planeta es un problema más profundo de lo que podría parecer.
No se puede negar la existencia de una mayor sensibilidad ecológica en los últimos años. Pero también es cierto que muchos nos hemos acostumbrado a un régimen de vida que no toma en cuenta las consecuencias y los daños sobre el planeta. Sobre todo en los países más industrializados, revertir los estragos ocasionados implica no solamente muchos millones de dólares sino sobre todo la conversión a una mentalidad más responsable. Un cambio completo de cultura.
“Laudato si’, mi Signore”, de donde toma su nombre la Encíclica, es una invocación de san Francisco, en el Cántico de las creaturas que recuerda a la tierra, nuestra casa común. La pregunta central del documento es “¿Qué tipo de mundo queremos dejar a quienes nos sucedan, a los niños que están creciendo?”. “Esta pregunta –continúa– no afecta solo al ambiente de manera aislada” y nos conduce a interrogarnos sobre el sentido de la existencia y de la vida social: “¿Para qué pasamos por este mundo? ¿Para qué vinimos a esta vida? ¿Para qué trabajamos y luchamos? ¿Para qué nos necesita esta tierra?”: “Si no nos planteamos estas preguntas de fondo –dice el Pontífice–, no creo que nuestras preocupaciones ecológicas puedan obtener resultados importantes”.
Se ve que el documento va más allá de las cuestiones técnicas y económicas. Varias críticas en los medios de comunicación dejan al descubierto la superficialidad o los intereses personales de quienes lograron sus fines egoístas a costa de volver nuestro planeta un lugar menos habitable. Con perjuicio principalmente de los más desposeídos y vulnerables. Precisamente la piedra de tropiezo al enfocar el tema de la ecología es el reduccionismo de pensar que la solución es de carácter estrictamente económico. Como ejemplo, un afamado columnista del New York Times busca desacreditar al Papa planteando que para él la cuestión se reduce a instituir un mercado de carbono en el que pague más el que contamina más.
“La humanidad tiene aún la capacidad de colaborar para construir nuestra casa común”; “el ser humano es todavía capaz de intervenir positivamente”. Lógicamente este cambio implica un sacrificio de parte de todos. Algunos más que otros, hemos de cambiar nuestra visión de ver nuestro planeta como algo desechable, pensando solamente en el corto plazo.
Algunos de los temas mencionados; el cambio climático que recae principalmente en los más pobres, la cuestión del agua como un derecho humano básico, la pérdida de especies animales y vegetales que en muchos casos son irreversibles y la deuda ecológica de los países más desarrollados respecto a los más pobres.
La propuesta de la encíclica es una ecología integral que “incorpore el lugar peculiar del ser humano en este mundo y sus relaciones con la realidad que lo rodea”. No podemos “entender la naturaleza como algo separado de nosotros o como un mero marco de nuestra vida”. Esto vale para todo lo que vivimos en distintos campos: en la economía y en la política, en las distintas culturas, en especial las más amenazadas, e incluso en todo momento de nuestra vida cotidiana.
El capítulo final nos da algunas claves para la conversión ecológica. El fondo de la crisis es profunda. No será fácil rediseñar hábitos y comportamientos. La educación y la formación son desafíos que hemos de asumir: “todo cambio requiere motivación y un camino educativo”.
Se trata de cambiar de estilo de vida. “ejercer una sana presión sobre quienes detentan el poder político, económico y social”. Asumir nuestra responsabilidad como consumidores para “modificar el comportamiento de las empresas, forzándolas a considerar el impacto ambiental y los modelos de producción”.
Redescubrir el valor de “La sobriedad, que se vive con libertad y conciencia, es liberadora” ya mencionada por el Papa en su anterior encíclica Evangelii gaudium. Darnos cuenta que “la felicidad requiere saber limitar algunas necesidades que nos atontan, quedando así disponibles para las múltiples posibilidades que ofrece la vida”. Fomentar una cultura de la solidaridad que nos lleve a “sentir que nos necesitamos unos a otros, que tenemos una responsabilidad por los demás y por el mundo, que vale la pena ser buenos y honestos”.
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