
EL GRAN MAESTRO DE LA RUEDA
En Opinión junio 19, 2015 porDesde la noche de los tiempos conocer a Dios en su perfecta dimensión ha sido afán del ser humano, sin embargo el misterio que encierra la Divinidad de ese Gran Todo no ha podido ser develado, y pese a las grandes investigaciones de los estudiosos a la forja de toda indagatoria que apasiona, muchos Teólogos coinciden en afirmar que El Rostro de Dios en toda la majestuosidad de su verdadera imagen está sepulto en lo desconocido sin tener un considerado perfil.
Y porque no decirlo en estas mis palabras del espíritu que imagino a Dios fuera de todo contexto, de todo rostro, de todo género, sin explícito número, esparcido en la eternidad de mis creencias, en todo caso alcanzarlo sería como tener el Infinito al alcance de nuestra mano, y estar cerca de Lo Absoluto es ir a la luz cuando la existencia irrumpe en sus monótonas rutinas con una oleada de bienaventuranza y de pureza espiritual.
Puedo decirles en sentencia muy Chopriana que a muchos les podría sorprender saber que la familiar imagen de Dios como Patriarca en su inmaculada virginidad de la blancura, con sonrisa de beatitud congelada y túnica blanca sentado en su trono tiene poca autoridad, es más en la escritura Judaica esta imagen aparece una sola vez en el libro de Daniel, mientras que en los libros de Moisés se nos dice muchas veces que Dios no tiene forma humana, por lo que me apego en convicciones a La Energía Espiritual que fluye de la desconocida eternidad sincronizándose con la parte interior del ser humano.
No obstante La Santa Iglesia Católica a cuyos linderos me acojo, cree y enseña que es posible conocer a Dios, Principio y Fin de todas las cosas por la luz natural del interior que fluye de la persona humana, lo que indica sin lugar a dudas que debemos buscarlo en nuestro interior.
Muchos hablan del curso de la vida destinista, “Nadie es arquitecto de su propio destino…” decía Amado Nervo en prosa de oro, a lo que se puede inferir: Ah! Hado hechicero tu solo nombre nos lleva a evocar a un espectro en el momento aciago y a un poder sugestivo y férvido en el éxito.
Y por qué no pensar más bien que desde el nacimiento hasta la muerte nuestra voluntad realiza un escrito histórico en la página viviente y nuestro Yo Interno donde se entroniza EL Gran Poder es el Gran Maestro de la Rueda.
El tiempo constante e indetenible pasa y en un momento determinado miramos hacia atrás ¡Qué curiosidad! Sonreímos ante la suerte vivida o lloramos ante el doloroso recuerdo, largo suspiro ante los agravios cuando el esfuerzo tenaz ha ennoblecido el espíritu y nuestro cuerpo se ha robustecido para decir finalmente satisfecho: La voz de mi interior es la voz de Dios y debo seguirla.
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