
TRISTE OCASO
En Opinión noviembre 2, 2014 porEsta es la historia de un penetrante y profundo pensador cuyo compendio de vida resume un cúmulo de fatalidades e infortunios y por su extraordinaria inteligencia consagra su nombre con honor y gloria en el ápice de la posteridad, porque Simón Rodríguez, hijo de todos, hijo de nadie, no podía ser la excepción de sufrir injustamente el menosprecio de la ignorancia, y verdaderamente esta es la realidad como así lo dijera Don Andrés Bello en sus palabras sabias: “Venezuela, madre de extraños y madrastra de sus propios hijos…”
Una soberbia interrogante se formuló el Biógrafo colombiano Fabio Lozano y Lozano refiriéndose a Simón Rodríguez: ¿Loco o Genio? –No se hizo esperar una respuesta privilegiada de Eduardo Carreño: Loco y Genio en una sola pieza.
Un Maestro eminente marca la huella indeleble de la antítesis de cuestionada vida, documentado hasta la saciedad por las sabias ideas de Rousseau intenta llevarlas a la práctica en la única escuela de la Municipalidad de Caracas, presentando posteriormente un maduro esbozo de ideas pedagógicas que contrastan con el pensamiento tradicional de la enseñanza colonial, ideas tan prodigiosas son rechazadas de inmediato por el recalcitrante Cabildo.
No obstante las inquietudes fecundas lo llevan a sembrar la simiente en la enseñanza privada, Preceptor del niño Simón, ¡Y qué Maestro!
Samuel Robinson no dobla las rodillas, ni esconde la tez ante lo imposible, las flores del sacrificio lo obligan a marcharse del país, ausencia que durará toda una vida.
Como intempestiva un encuentro providencial en París con el inolvidable discípulo lo incentiva ir a Roma y en presencia de las ruinas sacras, Bolívar hace su fiel juramento por la redención de América, un sublime respeto siente el Libertador por el gran Maestro cuando confiesa a paladines en enérgica expresión: “Yo he seguido el sendero que Rodríguez me señaló. Él formó mi corazón para la libertad, para la justicia, para lo grande, para lo hermoso…”
Y en los mismos escenarios que se trazara el ilustre Maestro sigue su éxodo por el antiguo mundo y de tránsito en Colombia recibe una carta de alegría desbordante remitida por Bolívar: “¡Oh mi Maestro! ¡Oh mi amigo! ¡Oh mi Robinson! Usted en Colombia, Usted en Bogotá y nada me ha dicho, nada me ha escrito, sin duda es Usted el hombre más extraordinario del mundo…”
Un errante peregrino no cesa en su caminar profundo y precisamente en Lima ansía usar el cincel de plata de Fidias para erigir una escuela modelo edificada en el eterno mármol de la sabiduría ¿Acaso pues no era dueño de una olímpica grandeza?
De tal manera que Bolívar lo recomienda al Gran Mariscal de Ayacucho, tal es la magnitud de sus innovaciones no armónicas y discordantes con la época reinante, que el antagonismo conlleva al Prefecto del Departamento a clausurar la escuela.
Grande en su ingenio como luciérnaga en la noche su vida toda constituye un mundo mágico, lleno de situaciones anecdóticas, alternando siempre su labor docente con inversiones industriales dado a la precaria situación económica que viviera.
Hombre Humanista, amo los libros, las mujeres y el vino, supo suavizar las asperezas de la vida con el frescor humorístico que poseía, vibrante en todo momento cual notas de un clarín.
Finalmente en una aldea peruana desvalido este portento muere viejo, pobre y solitario en el mes de febrero de 1854 dejando en la soledad del sepulcro la tristeza de su vida cruel, que aún después de muerto fue victima de muchas controversias, sus restos llevados al Panteón de los Grandes Hombres en la conmemoración de la Batalla de Ayacucho, ofrecidos sus restos por el gobierno peruano, fueron rechazados por el gobierno venezolano al considerarlos apócrifos…
Dios Mío ni siquiera la muerte pudo sensibilizar nuestros corazones, Apolonio de Rodas dedicó su obra poética al estudio mitológico, al tiempo y a la esperanza, y este venezolano con mayor humildad, Al olvido…
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