
La fuga del Chapo Guzmán pone al desnudo la seguridad mexicana
En Editorial julio 12, 2015 porEl 22 de febrero de 2014, los comandos de la Marina detuvieron en el apartamento 401 del Condominio Miramar, frente al malecón de Mazatlán, en Sinaloa, México, a uno de los especímenes mas peligrosos y sangrientos del mundo, trátase de Joaquín Guzmán Loera, El Chapo, cuya captura puso fin a una larga e intensa búsqueda que se había acelerado una semana antes, cuando estuvieron a punto de atraparle en su casa de seguridad de Culiacán. Salvado por la puerta de blindaje hidráulico, que le dio unos minutos de oro, pudo huir a través de un pasadizo que desembocaba en las alcantarillas, acompañado de su escolta, el teniente desertor Alejandro Aponte Gómez, El Bravo, decidió huir a los cerros de Sinaloa, el corazón de su imperio. Antes quiso ver a su esposa, Emma Coronel, y a sus hijas gemelas; las pistas acumuladas y las intervenciones telefónicas permitieron a las fuerzas de seguridad localizarle. El Chapo entró en el hotel de Mazatlán en silla de ruedas, disfrazado de anciano. Cuando los comandos irrumpieron en la habitación, se había ocultado en el baño.
El líder del cártel de Sinaloa, de 58 años, se escapó a las 20.52 hora local (01:52 GTM) del sábado del penal de «máxima seguridad» de El Altiplano por un túnel de 1,500 metros de longitud, 1.70 metros de altura y 70 centímetros de ancho. Un pasadizo, iluminado y ventilado, por el que se ha venido abajo el orgullo de las fuerzas de seguridad mexicanas. La magnitud de la obra, que tenía hasta rieles para sacar escombros; la peligrosidad del reo, que sólo necesitó ir a la ducha para desaparecer por una sección rectangular de 50 centímetros de largo por 50 centímetros de ancho, y la impunidad que revela todo el increíble plan de huida sitúan al Gobierno mexicano ante el más grave de los retos, ponen en duda su capacidad para hacer frente a su enemigo público número uno y deja al desnudo tanto su sistema de seguridad nacional como la seguridad ciudadana. Su captura hace un año, considerada como un éxito sin precedentes en la lucha contra el narco, se enfrenta ahora al fenómeno inverso; y lo que es peor, a la imparable sospecha de que recibió ayuda desde el interior del presidio, poniendo en evidencia la posibilidad de que se haya actuado por «órdenes desde el mismo palacio nacional». Todo el personal de la prisión, hasta ahora la más «segura» de México, ha sido detenido y 18 funcionarios están siendo interrogados en la capital.
La cárcel de El Altiplano, a una hora en vehículo del Distrito Federal, forma parte de las leyendas carcelarias mexicanas. En sus 27.000 metros cuadrados se mezclan desde el alcalde de Iguala, José Luis Abarca, hasta criminales como Servando Gómez Martínez, alias La Tuta, líder de los Caballeros Templarios; el despiadado Edgar Valdez Villarreal, La Barbie; Héctor Beltrán Leyva, El H, o Miguel Ángel Félix Gallardo, El Padrino, el padre de los grandes narcos, incluido El Chapo. De sus rejas jamás se había escapado ningún reo. Considerado inexpugnable, el penal está sometido a vigilancia excepcional y, al menos en apariencia, impone a los presos un intenso control. Este hecho ha motivado episodios tan ambivalentes como la carta firmada en febrero pasado por todos los grandes capos en la que se que se quejaban de sus “indignas e inhumanas” condiciones.
Lo cierto es, que siendo acreedor El Chapo Guzmán de ese historial de túneles, cómo es posible que no se hayan blindado las 6 caras de la celda de mínima seguridad que lo hospedaba? El presidente Enrique Peña Nieto, a 24 horas del hecho no ha dicho esta boca es mía; sin embargo, debe buscar argumentos muy válidos para convencer a los mexicanos y al mundo expectante de un acontecimiento que a todas luces deja entrever que posee gatos ocultos.
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