
MENESTEROSOS
En Opinión febrero 4, 2016 porCantemos al oro, rey del mundo, padre del pan, fuente de la vida…” Así recitaba en prosa matizada Rubén Darío, El Azul de los Ingenios como queriendo exaltar tras su numen, la bonanza que implica algunos intereses de la vida angosta, no sería menos certero Darío en su cantar si forjados bajo el oro de Atahualpa la equidad estuviera a la par de la humanidad plena.
Hemos conocido en los tiempos de crisis la necesidad callada como siempre, luchando mano a mano en el tiempo impredecible y constante para lograr un distinto destino, pero se me encoge el corazón cuando un nuevo capítulo de la Historia venezolana abre sus fauces mostrando los dientes del diablo al servicio de un amplio vulgar y prostituido sistema político.
Una mayoría de nuestro gentilicio donde la edad y el sexo no cuentan se recubre con el ropaje de la pobreza crítica, viendo día tras día salir y ocultarse el sol sin más esperanza que la mano de Dios, abrazarse al alba sin importar las bellezas del ocaso porque el calvario no comienza al despertar el Dios del Día, sus vicisitudes están implícitas de crepúsculo a crepúsculo, tiempo inexorable que se ha vuelto gelatinoso, plástico, monótono cuando la subsistencia constituye la razón y sinrazón de un momento crucial.
En una hora menguada el menesteroso en su mirada perdida lleva el estigma del dolor, muchos deambulan a paso cansino por las calles sin rumbo buscando un mendrugo para saciar el hambre, otros perdidos en el torbellino de la demencia duermen en el fragoso suelo callejero, y los más con sonrisa de querubín caminan hacia el horizonte incierto a la espera de la mano piadosa.
En esta ronda eterna de pasos vacilantes una veintena de pies desnudos desfilan en mudo cortejo las miserias, grietas reveladoras de carajitos descalzos me sonríen con el alba, niños de hueso vivo, niños de los barrios de barraca, sepultureros de sueños en la distancia, rostro de la candidez, que ni siquiera la miseria podrá borrarla.
No obstante de cara a la eternidad de los presagios de una noche oscura, sin lunas, sin estrellas, cuando las sombras de la aflicción se ciernen en el alma, un hombretón iracundo avanza por caldos de fango, descarga una retahíla agresiva en actitud fiera para compensar su triste realidad, grita su voz en la inmensidad ¿Quién escuchará?
Más allá un anciano taciturno, de piel terracota, pálido, alma tibia, serena y armoniosa del otoño, deambula sin rumbo al bamboleo de las nostalgias hondas, me quedé a oscuras con las luces de la conciencia y le dije conmovida: ¡Viejo…! Tu verdad sabe a tristeza… No es fácil rebanar en mi afilada prosa las miserias del mundo que te agobia…
De pronto ingrávida cierro los ojos cuando el pensamiento se detiene inquieto, es difícil concluir sin preguntarte: Si Dios está en el cielo y somos simples mortales ¿Por qué suceden estas cosas? -Meditaré sobre eso.
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