
EL CHIMBORAZO QUE LO CIRCUNDA
En Opinión diciembre 12, 2015 por(Dentro de lo estrictamente Literario)
Si Simón Bolívar era tan rápido e impaciente no es de dudar que se identificara a perfección con la esencia del espíritu Volteaireano, el mismísimo Patriarca de Ferney, por ser Voltaire el autor que traducía con velocísimo ingenio el espíritu del siglo.
Si bien es cierto que un pensamiento tan profundo y penetrante sería paradigma a las ideas abstractas y universales de nuestro Libertador.
Con tanta más razón Salvador de Madariaga definiera en su oportunidad la rapidez espiritual del ingenio bolivariano en expresión precisa que de alguna manera yo también comparto cuando el Polígrafo afirma: “Más allá de la atracción ideológica experimentaría cierto solaz mental en compañía de aquel espíritu que viajaba por los espacios del pensamiento en velocidad análoga a la del mismísimo Voltaire…”
Es significativo que la obra bolivariana ha sido dato ilustrativo de su universalidad, contentiva de arengas enardecedoras, proclamas y documentos, pero lo más extraordinario y prolífico fue su producción epistolar, una obra lograda con amabilidad característica, aquella magnífica pirotecnia verbal que poseía le permitía la improvisación de cartas dictadas a amanuenses o trastrabilladas a secretarios, precisándose en este legajo de documentos: EL MANIFIESTO DE CARTAGENA (1.812), LA CARTA DE JAMAICA (1.815) y EL DISCURSO DE ANGOSTURA (1.819).
LA CARTA DE JAMAICA es un documento inmortal de infalible análisis social y político sobre las causas que influyeron en la formación de los pueblos americanos, es un breviario profético válido para todos los tiempos, donde se plantea la problemática política dando certeras soluciones, pero lo más importante es que todo lo allí estipulado se cumpliría a cabalidad… ¡Aquella opinión tenía virtualidad de dogma!
En sentido crítico si se entiende al artista cuyo medio expresivo es la palabra, tampoco se puede ubicar a Simón Bolívar dentro del plano estricto de escritor, toda vez de no producir su obra con una finalidad literaria, la misma sería valía del ideario político, social y filosófico del momento que la tarea histórica le había impuesto.
Entonces si analizamos la obra bolivariana con actitud crítica podemos decir sin preámbulos que MI DELIRIO SOBRE EL CHIMBORAZO es la única pieza que encaja dentro de lo estrictamente literario, toda vez que Simón Bolívar cultivó con preferencia el género epistolar.
Al escribir Simón Bolívar tan extraordinaria pieza literaria, soberbia y majestuosa estaría en un estado febril que lo conduce a la cumbre de la apoteosis en el momento de escalar el macrocosmo.
Y si nos ubicamos en el espacio y en tiempo que nuestro Libertador escribió esta obra (1.823), sería entonces un cuarentón, es el tiempo de triunfos, momento de apoteosis de pueblos enteros, de endiosamiento, tiempos de gloria cuando es difícil sentir temor por los fracasos, hasta la misma Diosa de la Guerra sofocada por el éter de la región glacial se sintió humillada y mucho más encandilada por el fulgor del manto de Iris que en ese momento lo envolvía.
Bolívar bajo el candor y la irreverencia de un momento pudo lanzar sin preámbulos sus palabras al viento: “Absorto, yerto, por decirlo así, quedé exánime, largo tiempo tendido sobre aquel inmenso diamante que me servía de lecho. En fin la tremenda voz de Colombia me grita; resucito, me incorporo, abro con mis propias manos los pesados párpados, vuelvo a ser hombre y escribo mi delirio”
Y para finalizar después de transitar mi alma literaria por el éter de la región Glacial y El Chimborazo saboreando a plenitud el Delirio de Simón quién pudiera pensar que al final de sus días exclamaría expresión tan dolorosa: “Pero un hado extraño dispone que yo muera con un pie en el estribo, indicándome así que tampoco mi lugar, la tumba que me corresponde, está allende el Atlántico.
mariaisbelia@hotmail.com
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