Todas las culturas han tenido culto a la mujer, en especial a su belleza exterior o sus dones de fecundidad. La “adoración” al cuerpo de la mujer se confirma porque las civilizaciones de la antigüedad construyeron diosas para simbolizar la belleza humana femenina: Inanna en la mitología de la vieja civilización de los Sumerios; Astarté en Fenicia; Afrodita en Grecia; Venus en Roma; Eos fue la deslumbrante y hermosa diosa de la luz solar, mientras que Aurora fue la paradigmática deidad que representaba la luz y el amanecer de los romanos.

Según la mitología romana, era tal el hechizo de la mirada de Afrodita, que podía hacer que cualquier hombre se enamorase de ella con solo poner sus ojos en él.

Los seres humanos poseemos cánones estéticos, resultado de la construcción social. Estos moldes definen el sentido de apreciación estética. En la actualidad, el marketing capitalista no desaprovecha ninguna hendidura para explotar la fascinación de la figura humana, inventando todo tipo de accesorios para cubrir y acicalar el cuerpo homo. Por eso la industria mundial del tejido y la moda es tan rica, y se viven celebrando ostentosas pasarelas en todo el mundo, incluyendo el nuestro, que estos días estrena una vitrina llamada Dominicana Moda, pero que tiene como tres o cuatro eventos del mismo tipo.

Pero hay una verdad oculta en todo esto: los genios del marketing han reducido a la mujer en un simple objeto sexual para el deseo y disfrute de los varones.

Se enfatiza la explotación de la belleza femenina porque los publicistas y mercadólogos han descubierto que, aunque tienen inferior capacidad económica, las mujeres son quienes inducen y realizan las compras, convenciendo al esposo o amante para que suelte dinero.

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