
NI POR EL ORO DE AQUEL BRAVATA
En Opinión octubre 1, 2015 porBajo la magnificencia de su poderío reinaba en las cercanías de Cajamarca Atahualpa el soberbio, aquel Inca del antiguo Perú, revestido de un ropaje aurífero, sobrenadando en la opulencia al resguardo de indígenas servidores.
Acaso se resquebrajaría la sutileza de la calma imperial desde el mismo momento que Francisco Pizarro envía dos emisarios para concertar una entrevista entre ambos, el Inca usa la cortesía al recibir el presente y obsequia regalos benevolentes, sin embargo la malicia no se dejaría sentir cuando accede al encuentro con el español al día siguiente.
Llega Pizarro a Cajamarca procediendo de inmediato a dividir la caballería en tres grupos que ocuparían los ángulos cardinales de la gran plaza, ubicándose el español en el centro estratégico con la infantería dirigiendo los operativos de acción.
Anterior a este acontecer el dominico Vicente Valverde intenta la conversión del Monarca al cristianismo, persuadiéndolo a reconocer a Carlos V como su Emperador, acto seguido se acerca el fraile y colocando La Sagrada Biblia en sus manos le dice: -“Acepta como autoridad divina a Dios y como política al Rey de España, allí está encerrada la verdad…”
En ese instante un fulgor perlino salpica profusamente su tez encarnada de gobernante indio y con ráfaga iracunda hojea el libro santo sin ni siquiera conocer la importancia y sin entender la grandeza de su contenido, lanza a un costado el breviario sagrado, este incidente encuentra asidero en los propósitos de Pizarro para dar una orden de ataque, la beligerancia no se dejaría esperar al estruendo de la artillería y la aparición de los caballos, desconocidos hasta entonces.
Se produce una cruenta lucha con diáspora indigenista, muchos quedaron tendidos en la plaza, Atahualpa fue hecho prisionero y trata de negociar su libertad prometiendo llenar de oro y plata la estancia donde estaba recluido, hasta donde alcanzaba su brazo en alto, pero desde esa hora malhadada un curso fatídico seguiría a una mala jugada, lo que indica que La Dama de Negro ya había echado las cartas sobre la mesa, toda vez que al tener los españoles en sus manos el tesoro proveniente del Cuzco, inventaron que el prisionero tramaba un levantamiento, fue sometido a juicio acusado de idólatra y de haber dado muerte a su hermano Huáscar, por lo que el castigo seria la hoguera, suplicio que se cometió por estrangulamiento, aunque el misionero había logrado el convencimiento cristiano.
Finalmente rugía la ira en el pecho del bravata, la mirada india, fría, indiferente seria la respuesta del valiente, porque ni siquiera un ¡Ay! doliente emitiría en el estertor de la muerte inexorable,
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